El mundo que vendrá: hacia la cooperación y el humanismo
Nos encontramos en la mayor emergencia global del último siglo, una crisis que ha sacudido la vida de millones de personas y nuestra forma de entender el mundo. Ahora más que nunca, la colaboración, la cooperación y el humanismo han de ser la nueva forma de relacionarnos entre las personas, las sociedades y los países. Lo local y lo global están más conectados que nunca antes en la historia.
El mundo necesita entender que todos somos parte de lo mismo. Es el momento de empezar a construir una nueva gobernanza global: un sistema que aporte soluciones y garantías globales a necesidades y retos globales. Esta crisis ha demostrado que nuestra vulnerabilidad no conoce fronteras ni banderas, que somos una comunidad global interrelacionada que nos necesitamos mutuamente y que aportamos complementariamente.
Esta crisis ha golpeado los cimientos de nuestras vidas, nos está mostrando las debilidades de un sistema que ha puesto a las personas en un plano secundario, y que afecta aún más a las personas que ya se encontraban en situación de vulnerabilidad. Nos ha confrontado con un individualismo predominante en buena parte del planeta, y ha puesto de relieve la necesidad de fortalecer un modelo de convivencia fundamentado en la colaboración y la cooperación horizontal y solidaria: un modelo donde lo comunitario, los cuidados y el bienestar social estén por encima de cualquier otra cosa.
El Norte global está sufriendo con dureza los estragos de esta pandemia, colapsando sistemas sanitarios preparados y avanzados. Pero, si los efectos en los países con mayores recursos están acusando esta crisis de una forma tan cruda y nunca vista, ¿qué sucederá en los países más empobrecidos?¿En los campos de población refugiada? ¿En lugares donde el acceso regular al agua resulta imposible?
En el mundo que vendrá tras esta crisis, que tendremos que construir conjuntamente con variables distintas a las que hemos conocido, la cooperación resultará crucial en la nueva forma de gobernanza global, y el valor de la vida de cada ser humano deberá ocupar, al fin, el lugar fundamental que le corresponde.